25.9.07

Mi enemigo.

Mi peor enemigo tiene el corazón duro.
Desconfía de la gente.
La desprecia, detesta su ignorancia.
Desahoga su angustia haciendo de los que lo rodean míseros sirvientes.
Mi enemigo se burla de los defectos ajenos y en la oportunidad menos pensada, los enrostra clavando un puñal de acero a quienes los poseen.
Mi enemigo no tiene armas ni dinero.
Sólo posee seducción, y la usa para enloquecer.
Lo carcomen los celos, el afán de belleza, la lealtad.
El ingenio, la sexualidad, la lujuria, la violencia.
Mi enemigo casi no mira a los ojos, y cuando lo hace mira con odio y dolor.
Mi enemigo vigila en la noche obsesionado, a sí mismo o al objeto de su amor.
Escribe desvelado, anuda su garganta y se aprisiona.
Desea estar en los brazos de alguien a quien pueda abandonar.
Exige fidelidad eterna sin conocer su significado.
Mi peor enemigo está enchapado en orgullo, con una capa indeleble, fuerte.
Casi inviolable.
Él sabe cómo utilizar a los hombres, sonar sincero y ocultar sus intereses.
A mi enemigo le gusta el poder, lo admira y admira a quienes lo saben usar.
Mide mucho de los otros según su potencial, según su caudal de personalidad, sus capacidades.
Y su habilidad para que le conduzcan al éxito.
Este enemigo no sabe de culpas, de reflexión, de espera.
Todo lo tienta, todo lo enceguece, todo lo altera.
Pero estas costras lo devuelven a su naturaleza frágil, voluble.
Mi exigente enemigo tiene por dentro una gran necesidad de perfección, una estructura de vidrio a través de la cual observa otras estructuras más grandes.
Se hace eco de ellas porque no sabe cómo jugar, cómo rezar, cómo amar.
Mi enemigo es pobre, sabe de sus miserias y de su temperamento.
Sabe de su ignorancia y de su celo.
Sabe que tiene un tiempo de gracia hasta que caiga la noche, que lo hace finito y mortal.
Es un enemigo despierto, alerta, centinela de su propio destino.
Algo lo lleva hacia la marea del sol, pero muchas veces se refugia en las oscuridades de las tinieblas.
Mi enemigo siempre acecha, cuando sabe que las cosas están saliendo demasiado bien.
Cuando tiene miedo de que yo olvide que él existe, y de dónde salió ese lodo.
Cuando piensa que la humanidad se trata de eso, de derramar y tener sed a la vez.

A veces adoro a mi enemigo y a veces sólo quiero enterrarlo en lo más hondo de mi pasado, pero eso es imposible.
Él está conmigo y no me deja sola.
Porque en el fondo, allí donde él reside, también hay una flor, y él la ama.
Porque ese enemigo soy yo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

es genial...
tenes la crueldad del poeta para con el fluir de tu conciencia.

Anónimo dijo...

Ya se está por ir. No es imposible que se vaya. Vos lo sabés. No lo sepultes, dejalo ir. Mostrale que tu cuerpo y alma se sienten incómodos con él. Y sé libre.