29.1.07

Manifiesto (Contrastes)

El otro día paseando por el diario La Nación leí la siguiente carta de lectores:
"Señor Director:
Respecto del artículo "Cómo mantener el cerebro en forma", quiero decir que tengo 100 años y lógicamente casi no me acuerdo de qué me pasó después de las primeras 5 décadas. Algunas veces no entiendo ciertas decisiones gubernamentales. ¿Será el deterioro?
Acepto en un todo los consejos del artículo y me permito, con todo respeto, agregar algunos míos, frutos de una práctica larguísima: lectura diaria de Borges, Bioy Casares y Bernard Shaw; lectura diaria de La Nación, lectura del Boletín Oficial (no obligatorio); ver menos Showmatch".
No sé si fue el día, o qué pero me produjo un inmenso placer leer esa carta. Me pareció totalmente positiva y de alguna forma, como estaba rodeada de otras cartas en referencia a la antropología, a la historia y la ecología, me permití pensar...
Adoro la cultura de este país. Adoro que la gente pueda sentarse a escribir cartas al diario, a debatir los más diferentes temas de conversación, adoro las mentes inteligentes y los ojos que brillan. Adoro que haya personas tan capaces; no instruidas. Capaces. ¡Porque allí reside la verdadera inteligencia!! En la capacidad de donarlo, de confrontarlo, de expresarlo, de vivir; literalmente; con todo aquello que convive en nuestras cabezas y hacer de ello un manifiesto de vida.
Lo que realmente confronta estas cartas y la sabiduría con la realidad diaria es algo que, según Mex Urtizberea, está relacionado con las diferencias de oportunidad que rodean al hecho de aprender:
"Ese edificio que se ve allá, que parece abandonado, es una escuela pública bonaerense.
Eso que se ve allá, que parece una embajada, es una escuela privada bonaerense.
Esa computadora destartalada que está sobre el escritorio es la que tienen los chicos de la escuela pública para aprender computación, materia que si no la aprenden, para el mundo de hoy, es casi lo mismo que ser analfabeto.
Esa sala repleta de computadoras conectadas a Internet es la que usan los chicos de la escuela privada bonaerense, para prepararse para el mundo de hoy.
Eso que se ve allá, son los niños de una escuela pública de la provincia, y más allá, los niños de una escuela privada de la provincia.
Son iguales. Pero no son iguales. No van a ser iguales sus futuros.
Esta aula que tenemos acá, sin calefacción ni ventilador, es donde intentan aprender reglas ortográficas, ecuaciones, procesos históricos, los chicos de tal grado de una escuela pública bonaerense.
Esta aula calefaccionada o ventilada es la que cobija a los chicos de tal grado de una escuela privada bonaerense, cuando intentan aprender reglas ortográficas, ecuaciones, procesos históricos.
En este patio de cemento hacen deporte los de la escuela pública.
En este campo arbolado hacen deporte los de la escuela privada.
Los que se ven allá son los maestros de la escuela pública y los de la escuela privada.
Son iguales, son los mismos, y en ambas partes enseñan con el mismo entusiasmo a sus alumnos.
Pero a unos no pueden pedirles que compren libros y material didáctico, o no pueden organizar para ellos viajes de estudio y excursiones, y a los otros sí.
Todos los alumnos son iguales, pero no son iguales. No van a ser iguales sus futuros.
Salvo que la educación se vuelva, de pronto, un verdadero tema de Estado.
Y que el Estado invierta en ellos lo que por el momento no pueden invertir sus familias.
Y que las familias de todos los sectores de la sociedad exijan sin tregua al Estado importantes mejoras en las condiciones y el equipamiento de las escuelas públicas, tal como les exigen a las escuelas privadas quienes mandan allí a sus hijos, con el derecho que les da estar pagando una cuota mensual.
Lo que cada uno de nosotros paga al Estado en impuestos también nos da derecho a reclamar que se use a caudales y sin escatimar la plata en educación, para borrar las diferencias, para equiparar las oportunidades.
Y que esa escuela pública que se ve allá, y esa privada que se ve más acá, y esos chicos de una y de otra sean de verdad iguales, así las diferencias entre ellos pueden residir en cosas que no sean dolorosas, como que unos prefieran Los Simpson a Chiquititas, Ciencias Naturales a Sociales, o Billiken a Anteojito".
Y después me vino a la cabeza este pensamiento:
Es cierto: debería haber educación apropiada para todos. Debería haber posibilidades de crecimiento para cada persona que nace. Pero hay algo que es insoslayable y que es la fuente primordial de conocimiento: que cada ser humano se vea en la obligación de transmitir de boca a boca su carga cultural a los demás seres humanos. Con pequeños libros, con algún instrumento musical... De la forma que sea posible, con o sin plata, con computadora o sin computadora. Después ya se verán los medios; pero que logre transmitir el elemento esencial para educarse toda la vida: la CURIOSIDAD. Y mientras nadie cerca tuyo te enseñe a ser intuitivamente curioso por el universo, por los avatares del mundo y por los más diversos temas que nos conciernen a los seres humanos -y los que no!-, entonces va a ser literalmente inútil intentar forjar mentes 'desde afuera'. Lo primero que tiene que inspirarte amor por el mundo y por el arte, la belleza y los placeres de la vida, ¡es una persona! Y en esa persona se tiene que conjugar tanto el ansia de mostrarte un universo como el afecto que le impulsa a enseñártelo. Cosa que no particularmente se encuentra en el colegio..... Puede ser un mentor, un padre o madre, una novia o novio, un adulto amigo, el cura del barrio, el padrino de bautismo, el vecino que te bancó toda la vida, la abuela, alguien que haya vivido muchas experiencias, el amigo inteligente...! ¡Pero la curiosidad cotidiana y el arte del conocimiento se logran así. Da Vinci tenía aprendices, Bach también. Pero era imposible no mezclar cariño por el aprendiz y necesidad de prodigarse y mostrarle un mundo. Allí reside la clave del aprendizaje, y hasta que no se conjuguen esos dos parámetros no va a haber escuela que valga ni educación que se precie de tal. Nadie aprende sin que lo amen. O sin tener la grata referencia del bienestar afectivo al dedicarse al aprendizaje.
Y, por mal que les pese a muchos; en eso la plata no juega un rol importante. Si lo juega la responsabilidad.

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