13.1.08

La Vela.

Había una vez una vela que se consumía terriblemente. No sabía cómo hacer para producir más fuego y generar más luz alrededor suyo.
Al lado de ella había una vela gruesa y con un par de flores secas en sus bordes.
La vela que deseaba arder comenzó a quemar su decoración, hecha de ramas y hojas secas, para lograr un fuego más grande. Así alcanzó a derretir toda su bella coraza protectora e inundó de llamas no sólo su interior sino también todo aquello que la rodeaba.
El viento era su aliado, y cada vez acercaba más las llamas a la vela de al lado, que poco a poco iba derritiendo su envase y dejaba vislumbrar las flores chamuscadas de su propio motivo decorativo.
La vela que ardía se desvivía por llegar a la otra.
Cada vez con más pasión lamía la cera de aquella y se encendía desesperada, buscando generar resplandores más potentes, chasquidos más intensos.
Ya nada quedaba de su composición inicial: sus ramas habían sido desarmadas, las hojas flageladas, sus ejes consumidos y marchitados.
Su forma se había desdibujado.
Sólo quedaba una gran fogata chisporroteante en lugar de ella, controlando y abarcando la oscuridad del espacio.
Pero la vela estaba contenta.
Ahora podía besar, explotar y quemar a la otra vela, llegar hasta su fuego más profundo, y no sólo eso: también había derretido a las velas vecinas, quienes ya se habían fusionado con ella y ahora eran parte de una misma cera.
La vela gruesa, floreada, sin embargo, se negaba a arder entera.
Incluso si su hermana se derretía por ella, la vela no entendía razones.
De todas formas, el milagro ocurrió.
Una de sus flores comenzó a arder con violencia, y se unió al corazón de la vela-fogata para influenciar la mecha.
Ahora ella ya no velaba sola por la eficacia de su tarea: la flor consumida le proveyó de una nueva fortaleza y de una apertura hacia la vela floreada, a través de la cual su energía caliente empezaba a entrar, cada vez más decidida.
Fue allí donde sus lenguas comenzaron a acariciar la coraza florida de la vela desconfiada, ablandándola e invitándola a derramar su cera hacia el río conjunto que se había formado entre las otras velas.
Y entonces, la vela desconfiada se apagó, pero todo su contenido se derramó y virtió su cauce en un charco perfumado y universal que desató una hoguera que llegó hasta el cielo.
Y la hoguera sorprendió a aquellos que la admiraban confundidos.
¿No era ésta la vela de ramas, aquella colorida y decorada, que tenía una pequeña mecha blanca en su centro..?
¿Cómo es que ella llegó hasta el cielo de esta manera desvergonzada y salvaje, derramando con su caudal toda la cera de las demás velas?
¿De qué forma logró semejante hazaña?
Pero la vela no podía explicarlo.
Sólo ardía celosamente, con la desesperación volcada en llegar a ese cielo, enarbolando con su luz la atracción de hombres y mujeres, y de las demás velas, que sólo por una vez, olvidaron su propio deber de velas para forjar un destino común y brillar al unísono.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La segunda vez no lo entendì...

Silvia dijo...

Bueh, no te preocupes, nadie lo hizo, y de todas formas era algo que pasó en mi mesa de luz el 29 de diciembre así que me expandí con el flash.

:S

Anónimo dijo...

quiere decir que las fotos son realesssss????
me preguntaba de donde las habrias sacado y si te habria pasado.

Rezà para que me salga un trabajo: tuve hoy una entrevista, con el capo del Departamento de Genetica del Burlo, el mejor genetista de Italia... Reza, cruzà los dedos, cruzà la calle, la 9 de Julio, encendè velas, decile a la del medio que quiera ser hoguera y etcetera etcetera...
besos
te quiero!
Marin